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Con un problema de nacimiento en su cadera y con un libro de vida en el que a penas se empezaba a escribir su primera historia, Zulma Córdoba, probablemente nunca hubiese imaginado que durante varias etapas de su vida, el Roosevelt se convertiría, literalmente, en su segundo hogar.

Luego de 35 años de haber llegado a Bogotá en busca de la única oportunidad para poder caminar, esta pastusa de nacimiento e Ingeniera Industrial de profesión, recuerda con entusiasmo y nostalgia los retos que tuvo que superar para convertirse en quien es hoy en día: una empresaria, ejemplo de vida.

El 81, el año que cambió su vida


Zulma en las instalaciones del Instituto Roosevelt.

Luego de ser diagnosticada por un médico negligente que le apagó la esperanza de caminar, con tan solo cinco años, Zulma se trasladó de Pasto hasta Bogotá, junto a su familia con el fin de encontrar la manera para que le practicaran la operación que necesitaba en su cadera. Como se trataba de una familia de bajos recursos, sus padres vendieron la máquina de coser y el viejo Renault cuatro que tenían y decidieron emprender su travesía hasta la capital del país.

Cuando esta familia llegó a las puertas del Instituto Roosevelt, Zulma fue intervenida e internada durante seis meses debido a su recuperación. Mientras esto ocurría, sus padres tuvieron que regresar a Pasto porque debían hacerse cargo de sus otros tres hijos y la falta de recursos hizo que no pudieran volver a visitarla.

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Sin embargo, en el transcurso de esos meses la pequeña convivió con 13 niñas, que al igual que ella, no contaban con recursos y padecían enfermedades tan graves que en algunos casos, solo tenían movilidad en los ojos. Sin embargo, a pesar de su situación, eran felices y todo el tiempo se inventaban juegos para escapar por un instante de esta realidad.

“¿Qué le pedirías a Dios si lo tuvieras de frente?”, una de las pequeñas respondió «yo nunca he caminado, pero si Dios me diera la oportunidad de caminar un día, un solo día, yo me levantaría a las 12 a.m., y caminaría todo el día. No me sentaría, bailaría, correría y saltaría y a media noche me acuesto porque sé que no volveré a caminar». 

Y fue así como Zulma, inquieta y juguetona, encontró en cada una de las personas del Instituto la oportunidad de vivir al máximo. “Para mí, Roosevelt era mi casa, y me sentía mejor allá que en mi propio hogar, porque me consentían, me llevaban desayuno a la cama y tenía atención durante las 24 horas del día”

“Roosevelt, una fábrica de sueños”


Sus compañeras de recuperación se convirtieron en sus
hermanas. (Der.: Zulma) 

En ese entonces, como su imaginación no tenía limites, sola y sin la posibilidad de que sus padres la pudieran visitar, la pequeña Zulma llegó a creer que la habían abandonado tal como habían hecho con otras niñas del Instituto. Mientras ese sentimiento la invadía, una arrebatada idea se le ocurrió: escapar del Roosevelt.

El plan consistía en llegar tan lejos como fuera posible. Su compañera de fuga, una niña paralítica y con parálisis cerebral le expresó su angustia al no saber el lugar en el que vivirían. Zulma, inocente y convencida de que su idea sería un éxito, le respondió: «¿Ves esa casotota? Imposible que en esa casotota no haya un cuartico para nosotras». A lo lejos se expandía el centro de Bogotá con el edificio más alto y emblemático, la Torre Colpatria. Ese era el lugar al que Zulma quería llegar y que desde pequeña creyó que sería su hogar, pero que nunca imaginó que se convertiría en el lugar que la recibiría 35 años después y la nombraría como la gerente y directora de Cobranzas Públicas.

Zulma, como paciente y donante del Instituto Roosevelt, narra lo gratificante que ha sido su experiencia de vida en el lugar que le abrió las puertas para ser su casa y que desde hace 70 años enfoca todos sus esfuerzos en garantizar el bienestar de los niños con una condición especial y más necesitados del país. Entre recuerdos y experiencias vividas, esta empresaria explica lo que de verdad le permitió llegar hasta este punto de su vida fue la donación de personas comprometidas con la sociedad.

«Detrás de cada peso que se dona hay una vida» y «si no hubiese sido por las personas que donaron en el 81, yo no tendría la vida que tengo. Si no fuera porque hoy hay gente que está donando no habrán personas como yo dentro de 35 años». 

 

Para Zulma ninguna donación es pequeña, especialmente porque a través de cada donación es posible recolectar fondos para gestionar proyectos como construir otra sala de cirugía, crear una estructura social que atienda a las madres de familia que no tienen qué comer mientras cuidan de sus niños o ampliar la infraestructura para que más pacientes accedan a una atención oportuna.

«Los niños necesitan ayuda, y el aporte que se está dando es en pro de muchas vidas. No sabemos cuántos de estos niños que ayudamos lleguen a ser médicos, pilotos o presidentes. No sabemos, pero por eso debemos impulsarlos, porque al igual que yo, ellos no tienen nada». 

“En la adversidad se conoce la bondad de las personas”


Además de ser paciente del Roosevelt, Zulma se convirtió
en donante recurrente al servicio de los niños.

Tras 11 cirugías de cadera y una lucha constante por lograr sus propósitos, Zulma explica que a lo largo de su vida ha encontrado la bondad en las personas y en cada problema conoció a Dios en ángeles que le tendieron la mano.

La reflexión de Zulma se resume en que «no hay que donar con lástima, hay que donar con amor», es necesario que la sociedad esté preparada para integrar a estas personas, para aceptarlas tal y como son y construir compromiso social desde las empresas y desde casa.

Es por esto que debes saber que tu también puedes ser promotor del cambio de muchos niños del Instituto Roosevelt. Anímate a donar y apoya un proyecto de vida, no sabes si en un par de años ese niño que ayudaste en este lugar pueda convertirse en el médico que trate a alguno de tus seres queridos.